Jota y Jota: Inmensamente agradecida

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Me ha dado la risa y me ha dado el llano.

Así yo distingo dicha de quebranto…

Mercedes Sosa

“Resérvate el amor, mi Amor, para cuando el amor llegue” *. De tantos temas de conversación que tuvimos nunca hablamos de la muerte, al menos no de la nuestra. Si tocamos ese tema, solo fue en el aspecto literario. Por eso cuando se presentó fue tan incierta, brutal, asfixiante, odiosa. En los últimos meses te tenía bajo amenaza, me ponía un poco histérica si no me contestabas y cuando al fin me llamabas te recriminaba por haberme dejado inquieta. “Cuando te llame me tienes que contestar, Jota, me tienes que contestar porque si no, me preocupo”.  Eso era lo menos que te decía. Como vivías solo y estabas delicado de salud, me aterraba que algo te pasara sin que pudieras avisarle a alguien. Sin embargo, alejabas la nube de mis regaños con algún chiste, eras experto en hacerme reír.

Una semana antes de que te fueras me habías llamado y te escuchabas tan bien. Compartías nuevos planes profesionales en los que me incluías. Y es que así fue desde que nos conocimos. Éramos el diablo y la diabla en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (CEA) y un poco menos que eso (para guardar las apariencias) en la Universidad Ana G. Méndez (UAGM) en el tiempo que trabajamos juntos. ¿Recuerdas?

Nuestra amistad se estrechó, aquel verano, que tomamos el curso de portugués. Nos encontrábamos temprano en The Poets Passage con la excusa de practicar el portugués, pero entre cafés y charlas, sobraban las risas y cambiábamos al mundo. ¡Éramos dos utópicos! Recuerdo que en esa clase nos cambiamos los nombres. El profesor estaba explicando cómo se decía cada letra del abecedario en portugués. Cuando llegó a la [j] dijo que se decía jota (pronunciada yota), nos miramos y por alguna razón irracional nos pareció gracioso y de ahí en adelante nos llamamos Jota, respectivamente.

Ese mismo verano, una tarde, allí me sorprendiste con un mamotreto. Y cuando te pregunté qué era eso me dijiste que era parte de la tesis doctoral que ya estabas escribiendo. Quedé patidifusa ante tu osadía porque yo aún no tenía ni tema de tesis. No obstante, nos emparejamos rápido. Tomamos juntos el curso de investigación, hicimos nuestros ensayos de grado, escribimos las tesis, respectivamente, y nos pusimos de acuerdo para defender el mismo día, uno detrás de otro, y para celebrar también.  Así lo hicimos porque ambos éramos muy disciplinados en cuanto a lo académico y teníamos nuestras metas bien claras. Cosa que contrastaba con lo payaso y payasa que éramos por los sagrados pasillos del CEA, las incautas calles del viejo San Juan, los bares, los cafés y las pizzerías que frecuentábamos.

¿Te acuerdas? El día de nuestra defensa yo parecía “Dr. Jekyll y señor Haydee” en versión mujer, pero al revés. Sí, al revés porque en todo caso llegué como la señora Martínez y salí como la doctora Martínez (en apariencia). Para los que no conozcan la referencia es de una novela de Robert Louis Stevenson, que trata de una representación vívida de un trastorno siquiátrico que hace que una misma persona tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí. De ahí, la comparación. Llegué seria, comedida, vestida con un pantalón y una chaqueta azul royal, muy profesional. Y una vez nos declararon Dr. Iván Segarra Báez y Dra. Consuelo Martínez Justiniano salí directo para el baño, me quité el atuendo de doctora, me puse un traje ceñido negro y con estampado animal (de tigresa, para ser exacta) y subí la cuesta hasta la calle San Sebastián a celebrar nuestro logro.

¡Qué noche tan memorable! Tú y yo (Jota y Jota), nuestros amigos, las anécdotas, los chistes, las risas, los brindis, las fotos. Al fin, después de tantas charlas, de analizar, indagar, inventar, leer, escribir, borrar, reescribir, borrar, borrar, reescribir, borrar, volver a leer, reescribir, borrar, borrar y volver a escribir hasta plantar el punto final de nuestras investigaciones… lo hicimos, ¡Jota, lo logramos! Y celebramos nuestro éxito como correspondía y el comienzo de una nueva etapa. ¡Teníamos tantas ilusiones entonces!

Tú eras mi medicina. Cualquier enojo o frustración que yo tuviera la borrabas por arte de magia con un trago de humor. Lo que me lleva a recordar lo confundido que dejabas a los meseros porque siempre que nos atendían pedías un palo de pitorro, siempre. Fuera invierno, primavera, verano u otoño. Algunos tomaban el chiste al instante, pero otros se incomodaban un poco antes de entender que era tu forma de caerles bien y hacerlos reír. ¡Eras único!

Luego, no tardó mucho en que comprendiéramos lo ingrato que puede ser el mundo académico. Pero mientras duró ese primer amor hicimos tantas cosas juntos. Yo inventaba y tú me seguías. Siempre fuimos así. Recuerdo el guion que escribí para la primera noche bohemia que organicé en UAGM y te invité, mejor dicho, te avisé que serías mi compañero como maestro de ceremonia y que tenías que vestirte de azul porque ese era el color que yo iba a usar. Y tú, jorobando, para llevarme la contraria, decías que no ibas a ponerte ese color, pero llegaste perfectamente combinado conmigo. Estábamos tan elegantes y tan felices porque, además, esa noche presentaríamos la primera edición de la revista literaria Le.Tra.S. ¡Aquellos sí, fueron buenos tiempos!

La velada iba espectacular, la decoración era de ensueño, los invitados divinos, la música celestial, el coctel delicioso, las lecturas inspiradoras… hasta que te saliste del guion. ¿Recuerdas? “Eso no está en el guion”, te dije frente a todos y ocasionó tanta risa que fue como una chispa que se prendió (que parecía parte del guion, pero de verdad no lo era) y fuimos la pareja perfecta. Nunca habíamos interactuado como moderadores de alguna actividad, no nos dio tiempo de ensayar, pero parecía que lo habíamos hecho toda la vida. Estábamos tan compenetrados, nos salía tan natural que la primera vez que tuve que ser maestra de ceremonias sin ti, fue un gran pesar.

Jota de mi corazón, prolongué tanto sentarme a escribir sobre nuestras memorias porque temía derrumbarme, sin embargo, te siento aquí, estoy teniendo una conversación contigo. Pero no te confundas, sí, me siento dichosa de poder revivir tantos momentos que vivimos juntos, pero no estoy feliz de que te hayas ido porque ahora tengo que seguir sin ti y te extraño y aún tengo coraje porque te marchaste inesperadamente y echo de menos tu risa y tus ocurrencias. Tu sonrisa tan plena, de oreja a oreja, tus dientes grandes y perfectos. Verte reír ya me hacía sonreír. Y luego tus ojos grandes y saltones, capaces de expresar tantas cosas. También nos parecíamos en eso, hablábamos con nuestras miradas. Y están tus manos, las recuerdo bien y aquella forma particular en que las ponías una sobre la otra y te cuadrabas en aquella pose.

Tus manos, tu mente y tu corazón siempre fueron de poeta. Tenías una sorprendente capacidad de producción literaria que me daba envidia (en el buen sentido). Te encerrabas y aparecías con un nuevo libro. Me llamabas y me decías que nos fuéramos para aquí o para allá a presentar en congresos, a participar de certámenes. Así recorriste varios países donde valoraron tus letras, te premiaron, te publicaron, tuviste éxito. El que merecías, el que aún mereces, amigo mío.

Recordar es vivir dice un refrán y es muy cierto. Por un rato he olvidado que estás muerto, por un rato te has sentado aquí conmigo, donde quiero que siempre estés. Soy una mujer privilegiada, todos los que te amamos somos seres afortunados porque la chispa que tú tenías no la tiene nadie y aún después de tu trascendencia ella nos aviva.

Tengo tanto que revivir, pero puedo continuar en otro momento. Estas son solo unas líneas de homenaje para que aquellos que no te conocieron tengan una idea del gran ser humano que fuiste y para que los que sí te conocieron recuerden que tu esencia permanece. Amigo, compañero, colega, no estoy feliz, pero estoy tranquila. Tu amor es mío, para siempre mío y estoy inmensamente agradecida por ello. No me complace la ausencia de tu risa, de tus ojos saltones, de tus manos tejedoras de palabras, de tus ocurrencias chistosas, pero te agradezco, te agradezco, te agradezco el privilegio de que cruzaras tu camino con el mío.“Resérvate el amor, mi Amor, para cuando el amor duela” *.  (Ya duele).

P. D. *Versos de su poema “Me recordarás” que fue motivo de una gran charla entre nosotros, entre pizza y birras.

2 comentarios sobre “Jota y Jota: Inmensamente agradecida

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