Consuelo para nadie

Salí de mi marido cuando se lo llevaron preso. Nydia, mi hija mayor, tenía un enamorado y a su padrastro no le gustaba, no sé por qué. A lo mejor él le estaba echando el ojo a mi muchacha. Lo cierto es que un día cuando el pretendiente fue a casa a ver a la nena, mi marido lo estaba esperando con un machete afilado, le entró a tajos y le cortó una mano. Yo me metí en medio y la mano ensangrentada cayó saltando frente a mí. Llegaron los vecinos, después la policía y se lo llevaron.

Cuando ese desgraciado cayó preso me quedé a cargo de ocho hijos que mantenía con $36 pesos mensuales que me enviaban de servicios sociales. Nydia terminó yéndose con el novio manco y los otros siete seguían en casa dando candela. Así fue que hice casi de todo para mantenerlos. Lavé y planché ropa, hice bordados y guantes, recogí café, saqué carbón, regué abono, desyerbé. Ninguno de mis hijos se murió de hambre.

Encima de eso era tan pendeja, que guardaba dinero para el pasaje de Maricao a Mayagüez y así cumplir con la obligación de visitar a mi marido en la cárcel. El sinvergüenza empezó a celarme, decía que iba a verlo con los chavos que me daba algún cortejo. Un buen día me cansé de sus celos enfermizos y de no tener consuelo para mis pesares. Fue entonces que le dejé la puerta abierta al vecino que, moría por calentarme, y el hijo de puta no reconoció a la semilla que sembró en mi vientre y que no consoló a nadie.

Notas:

Publicado antes en:

Revista literaria Le.Tra.S. Vol. 2, Núm. 2, 2015.

Imagen de Pixabay

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