Divagaciones IV (¿He de amar menos a la vida?)

Recuerdo que cuando era pequeña en mi casa se recibía la revista Reader’s Digest y mi padre y mi madre la leían. En ocasiones, yo también. A principios de mi adolescencia recuerdo haber leído un artículo con el título: “¿He de amar menos a la vida?” Nunca he podido olvidar el relato de ese texto. Una madre contaba cómo había perdido a sus hijos y concluía diciendo que a pesar de ser el más terrible quebranto todavía amaba a la vida.

Ninguna pérdida supera el dolor de padres que sufren la muerte de algún hijo porque altera todo orden natural. (Algo así escuché decir a mi papá que enterró a varios de sus hijos y a mi abuela que ha pasado por lo mismo). Todos los seres humanos creemos que somos capaces de sobrellevar unas cosas y otras no, pero la vida nos sorprende con toda la ironía y la brutalidad posible.

Yo pensé y escribí un poema para mi madre (algo profético) titulado “Lo que creo insoportable”, en el que decía: […] Eras tan joven entonces y ahora envejeciste / y ni entonces ni ahora desplegaste tus alas. / Quisiera verte libre, / volar, / oírte reír. / ¡Pero jamás, jamás, quiero verte morir! / No obstante, mami murió frente a mis ojos. ¿Acaso puede ser más irónico y brutal? La realidad supera toda fantasía…

También escribí otro poema que se titula “Dile que no me mate” en el que plasmé otros pensamientos sobre la muerte como este: […] sin razón ni justicia / no siendo suficiente hoy he muerto otra vez / en el filo de una sentencia que se venía cumpliendo / y que he proclamado para sellar la tumba. / Se trataba de una muerte y una tumba metafórica, pero no menos real o dolorosa.

Lo que conocemos de la vida son solo fragmentos por eso es tan difícil comprenderla, por eso estamos propensos a errar tanto. Después de la experiencia de perder a mis papás, casi al unísono, pensé que podría sobrellevar cualquier cosa porque nada podría ser más desgarrador que esa orfandad y mi propia “muerte”, pero nació mi hija como un milagro, como un desafío ante leyes y prejuicios. Sin embargo, no es más que otro fragmento del misterio de la existencia humana. Entonces supe que otra vez estaría vulnerable, porque cualquier daño que ella sufriera lo sentiría también.

Cuando era adolescente estaba soportando un dolor emocional en silencio, muy calladamente. Pero mi padre lo intuía, lo sabía, y me dijo que lo que yo sufriera lo padecía él también.  En otra ocasión, ya siendo adulta, pasaba por otra situación tormentosa, de la que no hablaba y mi madre me dijo que si algo me pasaba se lo dijera y que ella me defendería de quien fuera. Esos fueron mis padres y yo aprendí de ellos que el amor hacia un hijo es incondicional y la lealtad, incuestionable, sagrada.

Ahora bien, como la vida es una caja de sorpresas, la vulnerabilidad tocó a mi puerta. Sin embargo, no me siento tan fuerte como aquella madre del relato de la revista, que ante el fallecimiento de sus hijos seguía amando a la vida. Hoy todo es un cuestionamiento ante nuevos fragmentos. Hoy honro el amor y la lealtad de mi padre y mi madre ante la desfachatez del egoísmo y la traición de quien no sabe amar, mucho menos honrar.

¿He de amar menos a la vida? (…) No debería juzgar para poder ser Una con el Todo, pero hoy he dejado de crecer porque he sacado conclusiones de fragmentos. No obstante, puedo permitirme un momento de equivocación, de burda humanidad y escaso entendimiento. Me ha costado mucho encontrar el equilibrio, la paz, la felicidad. Sin embargo, estoy presta a ser guiada, me sacaron del camino, pero no de la carrera. Le demostraré a mi hija de qué estamos hechas. Juntas, ante la alegría y el quebranto, amaremos a la vida. Encontraremos motivos.

Cortesía Pixabay

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