26 de septiembre de 1967-11 de marzo de 2021
“Hermano: yo no te lo digo siempre, pero recuerda que te amo, cuídate que, si a ti te pasa algo, a mí se me cae el mundo”. Esas fueron las últimas palabras que le escribí a mi hermano, pero que no alcanzó a leer. Aunque su deceso era la “crónica de una muerte anunciada” no es fácil lidiar con la pérdida de un ser al que se ama tanto.

Familia Martínez Justiniano
Me quedan las trillitas en carretilla que me daba cuando éramos niños, los juegos con sus carritos en los que me dejaba participar. Conservo una cicatriz en mi brazo izquierdo producto de andar tras de él cuando salía a jugar.
De grandes siempre me cuidó, era muy protector con su hermana menor. Cuando yo iba a parir, recién nuestros padres habían muerto y él decidió irse a casa unos días para acompañarme. “Era lo que Mami hubiera querido”, me dijo. Y cómo no iba a ser así, si él poseía toda la bondad y la humildad de nuestra madre. Estuvo conmigo aquella primera mañana en que me levantaron y yo caminaba con dificultad hacia el baño mientras de mi cuerpo se desprendían coágulos de sangre.
Robert tenía el espíritu trabajador de Papi. Siempre me ayudó en las cosas que necesitaba. Cuando ocurrió el huracán María él estaba en Estados Unidos y decidió volver a la isla para ayudar al país, eso decía. Lo busqué al aeropuerto y le dije: “Como vienes a reconstruir el país vas a empezar con mi apartamento” (chiste interno entre los tres hermanos). Y así fue, no lo llevé a San Germán hasta que terminó con todo lo que necesitaba reparar. Lo hizo con amor y con paciencia, virtud que necesitaba para lidiar conmigo.

Cuando yo aún vivía en San Germán era su paño de lágrimas. Los que lo conocieron bien saben que no hablaba mucho, pero cuando bebía se ponía muy sentimental y conversaba. Llegaba y me tocaba a la puerta o me llamaba y comenzaba a hablar. Su corazón estaba roto, sufría mucho por el desengaño de su origen. Era una sombra que lo atormentaba y lo llenaba de pena. Ahora entiendo el amor con el que mi padre lo quiso. Un amor inmensurable. Tanto, que se equivocó en quererlo por miedo a perderlo y a que él se perdiera.
También comprendo que fuera el favorito de mi madre. Lo era porque ella sabía que de nosotros tres, él era el más débil y el más sufrido. Necesitaba más amor, más atención, más compasión. Ella también sufría por eso, porque lo que retrasó fue inevitable y le causó mucho dolor. La vida lo golpeó con todo. Como escribió Vallejo:
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!”
Ahora que espero por tus cenizas evoco con amor y lágrimas nuestra última conversación. “Nena, no te preocupes que yo estoy bien”. Yo le replicaba y me hablaba de sus supuestos progresos y de que lo darían de alta en los próximos días. Me cuidó tanto que ahora comprendo que cuando lo llamaba y no me respondía, lo hacía para que no supiera que estaba mal. ¡Y tanto que me molestaba cuando no me contestaba! Era un enojo mezclado con preocupación y miedo.

Morirse en tiempos de pandemia es un proceso bien jodido para la familia. Todo se vuelve mucho más impersonal e insensible. No se pueden celebrar los ritos de la misma manera y para algunas personas esto es muy doloroso, como para nuestra abuela. A parte de la mía, siento la pena de ella, con quien mi hermano vivía. Esa viejita sí que sabe aguantar los golpes de la vida, pero hasta cuándo…
Robert: Ya no estás en cuerpo presente, pero te recuerdo y lo haré todos los días de mi vida de la misma forma en que tengo presente a nuestros padres. Irrevocable y dolorosamente. Tus virtudes eran más que las mías, tus defectos, No. Si la vida me diera la oportunidad de elegir, optaría por ti como hermano, otra vez.
P. D. https://youtu.be/A_f_FWrHbx4