El 2020 es un año difícil de describir. En Puerto Rico lo comenzamos con la tierra temblando y no bien los sismos habían menguado nos pusieron en cuarentena a causa de la pandemia de Covid-19. Desde entonces todo cambió: los que no perdimos el empleo, comenzamos a trabajar desde la casa, la educación presencial, abruptamente, pasó a ser virtual, el uso de mascarillas se convirtió en un accesorio obligatorio, el Gobierno impuso cuándo salir y cuándo volver a casa, se implantó la ley seca, el cierre de los comercios, etc., etc.
Desde marzo vivimos pendientes de los cambios en las “Órdenes ejecutivas” que restringen y flexibilizan medidas, según los números de contagios aumentan o disminuyen. Salir a hacer alguna diligencia o en busca de algún servicio es más complicado que antes de la pandemia. Algunas personas han tomado la gravedad del asunto con algo de ligereza, han sido irresponsables, se han contagiado y han infectado a terceros. Otros individuos han tomado el riesgo del contagio con demasiada severidad. No solo la salud física se ha impactado, también, la salud mental. Muchas personas han perdido sus trabajos, sus bienes y hasta la vida.
No obstante, aquellos que tenemos salud, un techo, empleo y comida sobre la mesa, debemos agradecer estas bendiciones. Yo pensé que no resistiría, pero aquí estoy junto a mi hija. Hemos sufrido ansiedad y distanciamiento emocional, pero lo hemos superado. Mi hija cambió de colegio en medio de este caos, por lo que ha sido doblemente difícil para ella manejar las circunstancias. Estar todo el día en la casa, ella en su cuarto estudiando en línea y yo en el mío dando clases virtuales, ha sido una completa locura.
Nos ha dado mucho trabajo. No obtuvo las notas de excelencia que tenía antes y yo no di las clases ingeniosas que lograba antes. Por varios meses estuvimos irritables, gruñonas, deprimidas, pero nos hemos atendido con profesionales y ahora estamos bien. Lograr reencontramos y reconectarnos como madre e hija, es una ganancia invaluable. Mi mejor regalo es ver su sonrisa y ser testigo de su felicidad, y si eso viene acompañado de besos y abrazos para “Mamá”, soy más que afortunada.
Si resistimos y podemos despedir un año tan duro debemos ser agradecidos. Somos más fuertes. Ojalá que esta lección de vida nos haga más conscientes de las cosas verdaderamente importantes; como ser responsables de nuestro cuidado para salvaguardar a los demás, valorar la vida y agradecer los pequeños regalos del Universo que antes considerábamos que eran “derechos”.
Esta Navidad es distinta para mucha gente, pero lo superaremos. Cuidémonos para que en la próxima nos podamos abrazar libremente. Sigamos comprometidos con la familia. Brindemos por la salud, la paz, el amor y la prosperidad. ¡Hemos logrado llegar hasta aquí: agradezcamos!

P. D. Imagen # 1 cortesía de Pixabay