A veces sucesos triviales nos llevan a reflexionar sobre asuntos verdaderamente importantes. Mi hija, Sofía Valentina, recibió como regalo de un rey mago, una bicicleta. Ella es una niña bastante activa y arriesgada, pero esta es su primera vez en una bici más grande y de solo dos ruedas. Así que el rey mago y yo la llevamos a practicar. Al principio le dio un ataque de risa y si se asustaba soltaba la bicicleta, pero pronto hizo balance y le fue mejor.
Lo interesante fue que cuando le decíamos que ella podía lo tomaba a la ligera y se desbalanceaba, dejaba de pedalear y se caía. Cuando nos cansamos de su pobre empeño le dijimos que guardaríamos la bici, que estaba bien para ser la primera vez y que no podíamos pedirle que hiciera lo que no podía, entonces, cambió de actitud, totalmente. “¡Yo puedo!”, dijo.
Se afincó en la bicicleta, comenzó a tararear y a pedalear con su vista justo frente al camino. En un abrir y cerrar de ojos se estaba alejando y pedaleando como si fuera casi una experta. Entre tarareo y pedaleo, tomó control y recorrió el camino hasta alejarse del alcance de nuestros ojos. Y al final, nos reprochó que pensáramos que ella no podía porque sí pudo. “Esa es la actitud que debes tomar ante todo en la vida”, le dije. “Cada vez que te digan que no puedes, haz lo contrario”, añadí.
Luego me quedé pensando, reflexionado… La vida es como una bicicleta a la que nos subimos… A veces nos da un ataque de risa, nos asustamos, nos tiramos de ella, nos golpeamos y no nos queremos volver a subir. Otras veces, fijamos la vista en el sendero, tarareamos, pedaleamos y avanzamos. A algunas personas los alienta el refuerzo positivo, a otras, por el contrario, que los subestimen.
Yo, por ejemplo, he estado en todas estas fases. Incluso he dejado mi bicicleta estática por largo tiempo y hasta me he atrevido a decir que no la sé correr. No le he mentido a nadie, sino a mí misma porque me aterra subirme a ella, desenfocarme, caerme y estropearme como tantas veces me ha pasado. Por eso me enorgullece que mi hija sea valiente, ¡hace tanto honor a su nombre! Por mi parte, debo emular a mi abuela. ¡Esa sí que ha corrido bicicleta! Tiene 90 años, se queja de las rodillas, pero no deja de pedalear, aunque le duelan.
Tengo trabajo que hacer. Este año debo correr más bicicleta y decirme a mí misma: “Pedalea, nena, pedalea”. Si mi hija de 9 años puede hacerlo y mi abuela de 90, sigue pedaleando, no tengo excusas para dejar mi bici estacionada. Si mis rodillas son más jóvenes que las de abuela, debo poder pedalear, tengo que hacerlo. Anoche recibí esta lección, porque mi hija también es mi maestra, pero que no lo sepa, hagan silencio…
Tomemos control de nuestras bicicletas, pongámonos el casco, saquémoslas al pedregal y avancemos un poco a ver qué pasa.