La isla de Puerto Rico fue impactada por el más grande desastre natural en su historia: el huracán María. El pasado 20 de septiembre de 2017 el país sufrió el embate de este terrible fenómeno dejando a la isla en un caos. Permearon los problemas de comunicación, la falta de electricidad y de agua potable. Sufrimos problemas con la distribución de diésel, gas, combustible, así también de otros suministros. No obstante, sobrevivimos y la infancia huracanada es un aliento.
Esa infancia que estuvo guardada en sus cuevas de concreto, conectada a aparatos electrónicos. Esas pequeñas personitas salieron de sus guaridas. Sacaron sus bicicletas, patinetas, bolas, barajas, juegos de mesa y su creatividad alegre. Por primera vez, después de casi ocho años, mi hija ha conocido a sus vecinos y ha jugado en los alrededores, por doquier. Yo que temía que no estuviera al alcance de mi vista, he soltado la cuerda y he alumbrado sus pasos con una linterna.
La escuché a lo lejos llamar a sus nuevos amigos y la vi correr hacia el corillo. Se movían como ráfagas jugando al escondite y a otros juegos que improvisaban en la oscuridad de la noche, alumbrando sus pasos a la luz de una lámpara o guiando los mismos tras el sonido de un grito.
¡Hay niños en la calle! Infantes que ignoraron las penurias adultas del calor mientras corrían eufóricos y sudaban la felicidad de entretenerse. Pequeños que no extrañaban la desgracia adulta de la ley seca, porque se tomaban lo que encontraran saciando la misma sed de antaño, sin hielo. Niños incapaces de reprochar el toque de queda que los obligó a quedarse en casa, pues superaron la barrera, una puerta tras otra, para jugar.
La infancia huracanada es modelo de enseñanza para los más grandes: vivir en comunidad, hablar con todos, compartir lo mucho y lo poco. Lo mejor es que a casi dos meses del desastre, y aunque en nuestra comunidad ya tenemos luz eléctrica, aún hay niños en la calle. Hacen ruido. Todavía mi hija me pide permiso para salir a jugar en los alrededores y para ir a buscar a alguna de sus nuevas amigas. Eso me parece genial. ¡Ojalá que la nueva costumbre dure por siempre! Estos pequeños sabios nos enseñan que la vida se vive en el momento y se disfruta con lo que tenemos. ¡Carpe diem!
Esa es la actitud, mirar dentro del caos lo positivo que puede traernos! No solo recuperaron la niñez entre juegos y risas, también nos hicieron encontrarnos nuevamente con nuestra humanidad. 🙂
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Tú sabes… y seguimos.
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